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ORIGEN Y TRADICIÓN DEL LADRILLO

La Gran Muralla china, Santa Sofía, la cúpula de la catedral de Florencia, los dos mil templos de Pagán en Birmania (intactos desde hace 900 años) o el edificio Chrysler en Nueva York son sólo algunos ejemplos de edificaciones realizadas con ladrillo. Distintas culturas de distintas épocas, en distintas localizaciones geográficas han optado por utilizar el ladrillo como base de algunas de sus más bellas obras arquitectónicas. En la actualidad, la evolución y variedad de los materiales cerámicos posibilita la construcción de edificios singulares de gran belleza.

Hace ya 9.000 años los habitantes de Jericó fabricaban ladrillos, impulsando la construcción de las antiguas Mesopotamia y Palestina con este material. El ladrillo constituyó el principal material de construcción para las grandes civilizaciones que ocuparon la zona comprendida entre el Tigris y el Eúfrates. Los constructores sumerios y babilonios levantaron zigurats, palacios y ciudades amuralladas con ladrillos secados al sol, que recubrían con otros ladrillos cocidos en hornos, más resistentes y a menudo con esmaltes brillantes formando frisos decorativos. En sus últimos años los persas construirían con ladrillos al igual que los chinos, que levantaron a miles de kilómetros con el mismo material una de las construcciones más impresionantes de la historia, que todavía resiste en pie en nuestros días, la Gran Muralla.

Los romanos construyeron baños, anfiteatros y acueductos con ladrillos, a menudo recubiertos de mármol. Tanto ellos como los griegos usaron el ladrillo como material estructural en muchas de sus construcciones, combinándolo con piedra.

En el curso de la edad media, en el imperio bizantino, al Norte de Italia, en los Países Bajos y en Alemania, así como en cualquier otro lugar donde escaseara la piedra, los constructores valoraban el ladrillo por sus cualidades decorativas y funcionales. Realizaron construcciones con ladrillos templados, rojos y sin brillo creando una amplia variedad de formas, como cuadros, figuras de punto de espina, de tejido de esterilla o lazos flamencos.

Esta tradición continuó en el Renacimiento, como se puede apreciar en la multitud de palacios toscanos de la época. Quizá la obra más significativa de esta época es la cúpula de la catedral de Florencia de Brunelleschi, reconocida como uno de los mayores logros de la ingeniería.

La arquitectura georgiana británica se vio muy influenciada por las piezas cerámicas y fueron los colonos que emigraron del Reino Unido los que llevaron a América del Norte la tradición de fabricación y utilización del ladrillo.

Sin embargo, en América ya era conocido por los indígenas americanos de las civilizaciones prehispánicas. En regiones secas construían casas de ladrillos de adobe secado al sol. Las grandes pirámides de los olmecas, mayas y otros pueblos fueron construidas con ladrillos revestidos de piedra.

Pero fue en España donde, por influencia musulmana, el uso del ladrillo alcanzó más difusión, sobre todo en Castilla, Aragón y Andalucía. Los musulmanes dejaron en España grandes obras realizadas con piezas cerámicas, que impulsaron nuevas construcciones de las culturas que les sucedieron. Estos, absorbieron los conocimientos de los primeros a la hora de tratar las arcillas para obtener los distintos materiales con los que edificar, y mantuvieron hasta nuestros días procesos de fabricación que propiciaron que fuera más barato, y por lo tanto que su crecimiento fuera en aumento en la península.

Con la llegada de la revolución industrial y el desarrollo de la técnica, el ladrillo se incorporó a las instalaciones fabriles para ser producido en mayores cantidades y poder atender la creciente demanda.

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